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Imperio bizantino (Periodo de Justiniano “El Grande”) (página 2)



Partes: 1, 2, 3

Justiniano el Grande. Teodora.: Justino I tuvo
por sucesor a su sobrino Justiniano (527-565), la figura
más importante de toda su época. Al nombre de
Justiniano está íntimamente vinculado el de su
esposa Teodora, una de las mujeres más interesantes de la
historia bizantina. La Historia secreta de Procopio,
contemporáneo de Justiniano, pinta con colores muy vivos
la vida borrascosa de Teodora en sus años juveniles. De
creer al autor, la hija del guardián de los osos del
hipódromo vivió en la atmósfera viciada del
teatro de aquella época, y sus aventuras galantes fueron
numerosas. Había recibido de la naturaleza una gran
hermosura, gracia, inteligencia e ingenio. Según Diehl,
"divirtió, encantó y escandalizó a
Constantinopla". Procopio cuenta que la gente honrada, cuando la
encontraba en la calle, cambiaba de camino para no macular sus
vestiduras al contacto de ella. Pero estos detalles vergonzosos
sobre la juventud de la futura emperatriz deben ser acogidos con
las mayores reservas, porque todos emanan de Procopio, quien, en
su Historia secreta, se propone, ante todo, difamar a Justiniano
y a Teodora. Después de los años tempestuosos de la
primera parte de su vida, Teodora desapareció de la
capital y permaneció en África algunos años.
De vuelta a Constantinopla ya no era la actriz de antes.
Había dejado la escena y llevaba una vida de retiro,
dedicando gran parte de su tiempo a hilar y testimoniando el
interés más vivo por las cuestiones religiosas. En
esta época la vio por primera vez Justiniano. Su belleza
causó en él viva impresión. Hizo acudir a
Teodora a la corte, la elevó al rango de patricia y a poco
casó con ella. Al ser hecho Justiniano emperador, su mujer
se convirtió en emperatriz. En su nuevo papel, Teodora se
mostró a la altura de la situación,
manteniéndose fiel a su marido, interesándose en
los asuntos del Estado, demostrando gran penetración y
ejerciendo considerable influencia sobre Justiniano en materias
de gobierno. Durante la sublevación del 532, de la cual
hablaremos después, Teodora cumplió un papel de
importancia durante la gestión imperial de su marido. Con
su sangre fría y su energía extraordinarias,
probablemente salvó al Estado de nuevas convulsiones y
apoyó a Justiniano en momentos donde las decisiones
políticas del emperador, lo hacían dudar por su
impacto en el Imperio. En lo religioso, manifestó con
franqueza sus preferencias por el monofisismo, en lo que fue
opuesta a su marido, que vacilaba y que, si bien haciendo
concesiones al monofisismo, se aferró a la ortodoxia en el
curso de todo su largo reinado. En este punto Teodora
acreditó comprender mejor que Justiniano la importancia de
las provincias orientales monofisitas, que eran de hecho las
zonas vitales del Imperio. Teodora murió de cáncer
el 548, mucho antes que Justiniano. En el famoso mosaico de la
iglesia de San Vital, de Ravena, —mosaico que se remonta al
siglo VI—, Teodora aparece en hábitos imperiales,
rodeada de su corte. Los historiadores eclesiásticos
contemporáneos de Teodora, así como los
historiadores posteriores, han juzgado a la emperatriz con gran
severidad. No obstante, en el almanaque ortodoxo, en la fecha 14
de noviembre, se lee: "Asunción del soberano ortodoxo
Justiniano, aniversario de la reina Teodora".

La
política exterior de Justiniano y su
ideología

Las numerosas guerras de Justiniano fueron en parte
ofensivas y en parte defensivas. Las unas fueron sostenidas
contra los Estados germánicos bárbaros de la Europa
occidental; las otras contra Persia al este y los eslavos al
norte. Justiniano dirigió el grueso de sus fuerzas a
Occidente, donde la actividad militar de los ejércitos de
Bizancio quedó coronada por brillantes éxitos. Los
vándalos y los ostrogodos hubieron de someterse al
emperador bizantino. Los visigodos experimentaron también,
aunque en menor grado, el poder de Justiniano. El
Mediterráneo se convirtió, por decirlo así,
en un lago bizantino. En sus decretos, Justiniano pudo darse el
nombre de Caesar Flavius Justinianus, Alamannicus, Gothicus,
Francicus, Germanicus, Anticus, Alanicus, Vandalicus,
Africanus.
Pero este anverso brillante de su política
exterior tuvo un reverso. El éxito se pagó caro,
muy caro para el Imperio, porque tuvo como consecuencia el
agotamiento económico completo del Estado bizantino.
Además, al trasladarse los ejércitos a Occidente,
el Oriente y el Norte quedaron abiertos a las invasiones de los
persas, los eslavos y los hunos. A juicio de Justiniano, los
germanos eran los mayores enemigos del Imperio. Así
reapareció la cuestión germánica en el
Imperio bizantino durante el siglo VI, con la única
diferencia de que en el siglo V eran los germanos quienes
atacaban al Imperio, mientras en el VI fue el Imperio el que
atacó a los germanos. Justiniano, al subir al trono, se
tornó en representante de dos grandes ideas: la idea
imperial y la idea cristiana. Considerándose sucesor de
los césares romanos, creyó su sacrosanto deber
reconstituir el Imperio en sus límites íntegros de
los siglos I y II. Como emperador cristiano, no podía
tampoco permitir a los germanos arrianos oprimir a las
poblaciones ortodoxas. Los emperadores de Constantinopla, en su
calidad de herederos legítimos de los césares,
tenían derechos históricos sobre la Europa
occidental, ocupada por los bárbaros. Los reyes
germánicos no eran sino vasallos del emperador bizantino,
que había delegado en ellos el poder sobre Occidente. El
rey franco Clodoveo había sido elevado a la dignidad de
cónsul por el emperador Anastasio, y el mismo Anastasio
había confirmado oficialmente los poderes del rey
ostrogodo Teodorico. Cuando decidió iniciar la guerra
contra los godos, Justiniano escribía: "Los godos, que se
han apoderado por la violencia de nuestra Italia, se han negado a
devolverla". Él seguía siendo soberano natural de
todos los gobernadores que había dentro de los
límites del Imperio romano.

Como emperador cristiano, había recibido la
misión de propagar la verdadera fe entre los infieles, ya
fuesen herejes o paganos. La teoría emitida por Eusebio de
cesárea en el siglo IV conservaba su vigencia en el VI.
Ella se halla en la base de la convicción de Justiniano,
persuadido de que era su deber restaurar el Imperio romano
único, el cual, según los términos de una
novela14, alcanzaba antaño las orillas de los dos
océanos, habiéndolo perdido los romanos por
negligencia. De esta antigua teoría se desprende
también la otra convicción de Justiniano de que
debía introducir en el Imperio reconstituido una fe
cristiana única, tanto entre los paganos como entre los
cismáticos. Tal fue la ideología de Justiniano,
quien llevó tan ambiciosa política, tal cruzada, al
sueño de la sumisión de todo el universo conocido
entonces. Pero no se debe olvidar que esas grandiosas
pretensiones del emperador sobre las zonas perdidas del Imperio
romano no eran exclusivamente convicciones personales suyas.
Análogas reivindicaciones parecían naturales en
absoluto a los pobladores de las provincias ocupadas por los
bárbaros. Los indígenas de aquellas provincias
caídas bajo la dominación arriana veían en
Justiniano su único defensor. La situación del
África del Norte bajo los vándalos era
especialmente difícil de soportar, porque los
vándalos habían entablado severas persecuciones
contra la población ortodoxa indígena, aprisionando
a muchos ciudadanos y representantes del clero y confiscando los
bienes de la mayoría. Emigrados y desterrados africanos, y
entre ellos numerosos obispos ortodoxos, acudían a
Constantinopla implorando al emperador que atacase a los
vándalos y asegurándole que un levantamiento
general de los indígenas acompañaría
semejante tentativa. Disposiciones análogas se hallaban en
Italia, donde la población indígena, a pesar de la
persistente tolerancia religiosa de Teodorico y del muy
desarrollado gusto de éste por la civilización
romana, seguía sintiendo un descontento profundo y
volvía sus miradas a Constantinopla, en la esperanza de
que ésta ayudaría a librar Italia de la
dominación de los invasores y a restablecer la fe
ortodoxa. Los propios reyes bárbaros alentaban las
ambiciosas aspiraciones del emperador, puesto que continuaban
mostrando el más profundo respeto por el Imperio, probando
por todos los medios su adhesión al emperador, solicitando
títulos honoríficos romanos, acuñando su
moneda con la imagen del soberano imperial, etc. De buen grado
habrían repetido, con expresión de Diehl, la frase
de aquel príncipe visigodo: "El emperador es un dios sobre
la tierra y quien levante su mano sobre él debe expiarlo
con su sangre". Aunque la situación de África e
Italia fuese favorable al emperador, las guerras emprendidas por
él contra ostrogodos y vándalos habían de
ser extremamente difíciles y largas.

La obra
legislativa de Justiniano

Justiniano debe su celebridad universal a su obra
legislativa, que sobresale por su amplitud. El emperador,
según sus propias expresiones, "no sólo debe ser
célebre por las armas, sino también estar armado de
leyes para hallarse en estado de gobernar, tanto en tiempo de paz
como en tiempo de guerra. Debe ser el protector poderoso de la
ley, así como el triunfador de los enemigos vencidos"25.
Es Dios quien da a los emperadores el derecho de hacer e
interpretar las leyes, y por tanto, Justiniano piensa que un
emperador debe ser un legislador y considera ese derecho como
santificado por la divinidad. Pero a Justiniano le impulsaron
igualmente preocupaciones de orden práctico.
Dábase, en efecto, perfecta cuenta del estado
anárquico de la legislación romana en su
época. En el período del Imperio romano pagano,
donde el poder legislativo estaba por entero en manos del
emperador, la única forma de legislación
consistía en publicar constituciones imperiales, llamadas
leyes o reglamentos legislativos (leges). En cambio, el
conjunto de leyes creadas por una legislación más
antigua había recibido el nombre de ius vetus o
de ius antiquum.

A partir de mediados del siglo III de J.C., la
jurisprudencia sufrió una rápida decadencia. Los
trabajos jurídicos se limitaron a meras compilaciones
destinadas a ayudar a los jueces, incapaces de estudiar toda la
innecesaria literatura jurídica, dándoles
colecciones de extractos de las constituciones imperiales y de
las obras de juristas antiguos de renombre universal. Pero esas
colecciones eran privadas y sin valor oficial alguno, y
así, en la práctica, el juez debía apelar a
todas las constituciones imperiales y a toda la literatura
clásica, tarea muy superior a las humanas facultades. No
debe olvidarse que no había órgano central que
asegurase la publicación de las constituciones imperiales.
Estas, creciendo en número de año en año,
dispersas en diversos archivos, eran muy difíciles de
utilizar, tanto más cuanto que los nuevos edictos
frecuentemente abolían o modificaban los anteriores. Todo
esto explica la aguda necesidad que se sentía de reunir
los edictos imperiales en un corpus accesible a quienes
debían utilizarlos. Ya sabemos que antes de Justiniano se
había hecho mucho en ese sentido. En su obra legislativa
propia, Justiniano fue muy auxiliado por las compilaciones
precedentes, a saber, el Codex Gregorianus, el Codex
Hermogenianus y el Codex Theodosianus.
Además, para
hacer más fácil el empleo de las obras
clásicas, esto es, del ius vetus, Teodosio II y
su contemporáneo en Occidente, Valentiniano III,
habían dado un decreto reservando el carácter de
autoridad jurídica suprema a las obras de los cinco
jurisconsultos más famosos. De lo demás autores
podía prescindirse. Pero esto sólo era resolver el
problema en apariencia. Por ende, en las obras de los cinco
juristas escogidos era difícil encontrar decisiones
adecuadas a un caso dado, ya que los jurisconsultos se
contradecían a menudo y las condiciones de la vida
habían cambiado, con lo que las soluciones propuestas por
los juriconsultos clásicos resultaban caducas a veces. En
suma, se sentía la necesidad de una revisión,
oficial y completa, de todo el sistema jurídico; era
menester examinar su desarrollo a través de los siglos. En
los códigos precedentes no se habían reunido sino
disposiciones imperiales de cierta época. En aquellas
compilaciones no se mencionaban las obras jurídicas.
Justiniano emprendió un enorme trabajo legislativo, que
consistió en compilar todas las constituciones imperiales
promulgadas hasta su época, las cuales hizo fijar en un
Código, y en la revisión de todos los antiguos
escritos jurídicos. El auxiliar principal del emperador en
esta tarea, y el alma de la empresa, fue Triboniano. La labor
avanzó con rapidez pasmosa. En febrero de 528 el emperador
reunió una comisión de diez peritos, entre ellos
Triboniano, "brazo derecho del emperador en su gran empresa
legislativa y probablemente su inspirador hasta cierto punto"
(Bury), y Teófilo, profesor de Derecho en Constantinopla.
La comisión había de revisar los tres
códigos anteriores, y suprimir todo lo caído en
desuso, así como ordenar las constituciones imperiales
promulgadas después del Código de Teodosio. Los
resultados de todos aquellos trabajos debían ser
codificados en una compilación. En abril de 529 el
Código de Justiniano —Codex
Iustinianus
— fue publicado. Se dividía en diez
libros, que contenían las disposiciones promulgadas desde
Adriano hasta la época de Justiniano, y pasó a ser
la única colección de leyes obligatoria para todo
el Imperio, suprimiéndose así los tres
códigos anteriores. Si la elaboración del
Código de Justiniano fue muy facilitada por los
códigos anteriores, el trabajo de revisión del
ius vetus perteneció exclusivamente al emperador.
En 530 Triboniano fue encargado de reunir una comisión
revisora de todos los jurisconsultos clásicos, a efectos
de practicar extractos, eliminar todo lo caduco, suprimir todas
las contradicciones y clasificar en un orden determinado el
conjunto de materiales reunidos.

Para ejecutar tal tarea, la comisión hubo de leer
y estudiar unos dos mil libros, que encerraban más de tres
millones de líneas. Tan gigantesco trabajo, cuya
realización, según expresiones del propio
Justiniano, "antes de darse orden de hacerla, no había
sido esperada ni juzgada humanamente posible por nadie en el
mundo" y "libró todo el ius vetus de una
palabrería superflua", se terminó en tres
años.

El nuevo Código se publicó el 533 y
entró en vigor en seguida, siendo conocido por el
Digesto o las Pandectas ("Digesta",
"Pandectae"). A pesar de la importancia de tal obra, ha de
reconocerse que la prisa que presidió su ejecución
hizo el trabajo defectuoso en ciertos aspectos. Se hallan
allí gran número de repeticiones, contradicciones y
decretos caídos en desuso. Además, merced a la
libertad absoluta que se dejó a la comisión la
facultad para abreviar, interpretar y condensar los textos, se
comprueba en los resultados finales cierta arbitrariedad y a
veces incluso una deformación de los textos
antiguos.

En la obra hubo una completa ausencia de unidad. De esto
se deriva el que los jurisconsultos del siglo XIX,
que daban mucha importancia a la legislación
clásica romana, juzgaran con extrema severidad el
Digesto de Justiniano. Pero hemos de reconocer
que esa obra, a pesar de sus numerosas imperfecciones,
prestó en la práctica grandes servicios.
Además, ha conservado a la posteridad un rico material
extraído de las obras de los jurisconsultos
clásicos romanos que de otro modo no nos hubiesen llegado
hoy. A la vez que se elaboraba el Digesto, Triboniano y sus dos
eminentes auxiliares Teófilo, el ya mencionado profesor de
Constantinopla, y Doroteo, profesor en Beirut, Siria, fueron
encargados el 533 de resolver otro problema. Según
Justiniano, no todos podían "soportar el peso de tan
grande sabiduría" (el Código y el Digesto). Por
ejemplo, los jóvenes que "hallándose en la
antecámara del Derecho quisieran penetrar sus arcanos" no
podían esperar adquirir todo el contenido de aquellas dos
voluminosas obras y necesitaban un buen manual
práctico.

El mismo 533, pues, se publicó un manual de
Derecho civil, destinado primordialmente a los estudiantes. Se
componía de cuatro volúmenes y fue llamado
Instituciones ("Institutiones" o "Institutas").
Según Justiniano, aquel manual tenía por objeto
conducir "todas las fuentes turbias del Derecho antiguo a un lago
transparente". El decreto imperial que sancionaba las
Instituciones iba dirigido a la "juventud ávida de
instruirse en el Derecho" ("cupida legum juventuti") Mientras se
desarrollaba aquel trabajo de compilación, la
legislación corriente no se interrumpía. Se
promulgaron muchos decretos. Hubo que revisar toda una serie de
cuestiones. En 529 el Código apareció en varios
puntos como anticuado. Se emprendió una nueva
revisión del Código y se concluyó en 534. En
noviembre del mismo año se publicó la segunda
edición del Código, revisada, aumentada y
distribuida en doce libros, bajo el titulo de Codex repetitae
praelectionis
. Esta edición anulaba la precedente de
529 y contenía los decretos del periodo comprendido entre
Adriano y el año 534. Con este trabajo concluyo la
ejecución del "Corpus". No ha llegado a nosotros la
primera edición del Código. Los decretos
posteriores al año 534 fueron llamados Novelas
("Novellae leges"). Mientras el Código, el Digesto y las
Instituciones estaban publicados en latín, la inmensa
mayoría de las Novelas se publicó en griego. Era
una concesión importante a las exigencias de la realidad y
la vida practica, y más proviniendo de un emperador
penetrado de la tradición romana.

En una de sus Novelas, Justiniano escribe: "No hemos
escrito esta ley en la lengua nacional, sino en la lengua
común, que es griega, a fin de que sea conocida de todos
por la felicidad que tendrán en comprenderla".Justiniano
se proponía reunir todas las Novelas en una
compilación, pero no logró cumplir esta tarea,
aunque si se hicieron durante su reinado algunas compilaciones
particulares de tales leyes. Las Novelas se consideran como la
ultima parte de la obra legislativa de Justiniano y constituyen
una de las fuentes mas importantes de la historia interior de su
época.

Era intención del emperador que el conjunto del
Código, Digesto, Instituciones y Novelas formase un
corpus legislativo, pero esa compilación
única no vio la luz en sus días. Solo en la Edad
Media, a partir del siglo XII, cuando reapareció en Europa
el estudio del Derecho romano, empezó a ser conocido el
conjunto de los trabajos legislativos de Justiniano bajo el
titulo de Corpus iuris civilis, o Cuerpo del derecho
civil
, como aun se llama hoy. La enormidad de la obra
legislativa de Justiniano y el hecho de que estuviera redactada
en latín, lengua poco comprendida por la mayoría de
la población, provocaron la publicación inmediata
de cierto numero de comentarios y abreviaciones griegas de
algunas partes del Código, sin contar traducciones mas o
menos fieles (paráfrasis) de las Instituciones y del
Digesto, acompañadas de notas explicativas. Estas
compilaciones se debieron a los mencionados auxiliares de
Triboniano, Teofilo y Doroteo, y algunos otros. Estos
pequeños resúmenes redactados en griego, y
necesarios por las exigencias de la época y las
circunstancias practicas, contenían bastantes errores y
omisiones respecto a los originales latinos; pero, aun
así, se impusieron a estos y los reemplazaron casi del
todo. A la vez que se renovaba la legislación con tales
trabajos, se reorganizaba la enseñanza del Derecho. Se
compusieron nuevos programas de estudios. Los cursos se
repartieron en un periodo de cinco años. En el primero, el
principal tema de estudio eran las Instituciones; en el segundo,
tercero y cuarto, el Digesto; y en el quinto, el Código.
Justiniano escribía acerca del nuevo Derecho: "Cuando
todos los arcanos del Derecho se desvelen, nada quedará
oculto a los estudiantes, y después de haber leído
todas las obras reunidas para Nos por Triboniano y los otros, se
convertirán en abogados distinguidos, servirán a la
justicia y serán los más capaces y felices de los
hombres en todos los lugares y tiempos".

Dirigiéndose a los profesores, Justiniano
escribía: "Empezad, con la ayuda de Dios, a enseñar
el Derecho a los estudiantes y mostrarles la vía que
nosotros hemos trazado, de suerte que siguiendo esa vía se
conviertan en perfectos servidores de la justicia y del Estado y
vosotros merezcáis de la posteridad la mayor gloria
posible". A los estudiantes jóvenes les escribía:
"Aprended, con celo y atención, esas leyes que os damos, y
mostraos tan instruidos en esa ciencia

que podáis estar animados por la muy hermosa
esperanza de, después de terminados vuestros estudios
jurídicos, gobernar el Estado en las partes que os sean
confiadas"26. La enseñanza se reducía a una simple
asimilación de las materias del programa y a unos cuantos
comentarios sobre ellas. No se permitía ejecutar o
proponer una nueva interpretación del texto al referirse
al original, es decir a los trabajos de los jurisconsultos
clásicos. Los estudiantes sólo estaban autorizados
a hacer traducciones literales y componer cortas
paráfrasis y sumarios. A pesar de las naturales
imperfecciones de su ejecución y los numerosos vicios del
método que presidió su composición, la
sorprendente creación legislativa del siglo VI ha tenido
una importancia universal y duradera. El Código de
Justiniano nos ha conservado el Derecho romano, el cual nos ha
dado los principios jurídicos fundamentales que gobiernan
la mayor parte de nuestras sociedades contemporáneas. "La
voluntad de Justiniano —escribe Diehl— cumplió
una de las obras más fecundas para el progreso de la
humanidad". Cuando, en el siglo XII, se empezó a estudiar
en la Europa occidental el Derecho romano, el Código de
Derecho civil de Justiniano fue en varios lugares la verdadera
ley. "El Derecho romano —dice el profesor I. A.
Pokrovski— resucitó y unificó por segunda vez
el universo. Todo el desarrollo del Derecho occidental se halla
bajo el influjo del Derecho romano, incluso hasta nuestra
época…

El contenido más precioso del Derecho romano ha
sido vertido en los parágrafos de los códigos
contemporáneos y obra bajo el nombre de estos
últimos"27. La ejecución de tal obra legislativa
basta para justificar el sobrenombre de Grande que la
historia ha dado a Justiniano. En la época
contemporánea se puede observar un fenómeno muy
interesante en el estudio de la legislación justinianea.
Hasta ahora ese estudio sólo servía para penetrar
mejor en el Derecho romano y su importancia era secundaria. Esto
no se aplica a las Novelas. El Código en sí no se
estudiaba, ni se practicaban sobre él investigaciones
independientes. En tales condiciones, el principal reproche que
se podía dirigir a la obra de Justiniano consistía
en haber desfigurado el Derecho clásico abreviando o
completando los textos originales. Se hacía responsable de
ello a Triboniano. Hoy se trata de examinar las modificaciones
aportadas a los textos clásicos, no como resultado de la
arbitrariedad de los compiladores, sino como el de su deseo de
adaptar el Derecho romano a las condiciones de la vida en el
Imperio de Oriente en el siglo VI. Así, la cuestión
importante pasa a ser ésta: ¿correspondía o
no la obra de Justiniano a las exigencias de su época, y
en qué medida? El problema debe estudiarse
ateniéndose a las condiciones generales de la vida en el
siglo VI, a las cuales hubo aquel código de
tender

a adaptarse. El helenismo y el cristianismo debieron
ejercer, ambos a la par, influjo sobre la obra de los
compiladores. Las costumbres orientales se mezclaron al trabajo
de revisión del antiguo Derecho romano. La tarea de la
ciencia histórico-jurídica contemporánea es
definir y apreciar las influencias bizantinas en el
Código, el Digesto y las Instituciones de Justiniano. Las
Novelas, como obras de legislación corriente, reflejan,
según es lógico, las condiciones y necesidades de
la vida contemporánea. En relación con la obra
legislativa de Justiniano conviene recordar que durante su
reinado florecieron las dos escuelas de Derecho de Constantinopla
y Beirut28. Todas las demás escuelas de Derecho fueron
suprimidas, considerándoselas focos de
paganismo.

Política
interior de Justiniano. La sedición
"Nika"

Al llegar Justiniano al trono reinaban en todo el
Imperio la sedición y la anarquía. La miseria
asolaba lo más del país, en especial las
provincias. Los impuestos se percibían con dificultades.
Las facciones del circo, los grandes terratenientes, los
parientes de Anastasio desposeídos del trono, las disputas
religiosas, aumentaban las turbulencias interiores, creando una
situación alarmante. Al subir al trono, Justiniano
comprendió que el Estado necesitaba profundas reformas
internas. Y se aplicó esforzadamente a la obra. Las
principales fuentes que poseemos sobre esta parte de la actividad
de Justiniano son, de una parte, sus Novelas; de otra, el tratado
contemporáneo de Juan el Lidio, tratado que se intitulaba
De la administración del Estado romano, y, en
fin, la Historia secreta, contemporánea
también, de Procopio, de la que hablaremos más
veces.

En época reciente se han encontrado preciosos
materiales sobre ese tema en los papiros. Al principio mismo de
su reinado, Justiniano hubo de afrontar en la capital una
sedición terrible. El barrio principal de Constantinopla
era el del circo o hipódromo, lugar predilecto de
reunión para los habitantes de la capital, tan aficionados
a las carreras de carros. Por lo común, el nuevo emperador
comparecía, tan pronto como era coronado, en el
hipódromo y allí, en el palco imperial o
Kathisma, recibía las aclamaciones de la
multitud. Los conductores de carros llevaban ropas de cuatro
colores: verde, azul, blanco o rojo.

Las carreras constituían el espectáculo
más agradable a la ciudad desde que la Iglesia prohibiera
los combates de gladiadores. En torno a los aurigas de cada color
se agrupaban facciones muy bien organizadas. Estas facciones
tenían su caja propia, pagaban el mantenimiento de los
aurigas, de los caballos y de los carros, y rivalizaban y
disputaban con los partidarios de otros colores. Pronto se las
conoció bajo los nombres de verdes, azules, etc.
El circo y las carreras, así como las facciones del circo,
provenían del Imperio romano, de donde pasaron a Bizancio;
una tradición literaria tardía remontaba su
fundación a los tiempos mitológicos de
Rómulo y Remo. El sentido inicial de los nombres de las
cuatro facciones está poco claro. Las fuentes de la
época de Justiniano (siglo VI) declaran que esos nombres
correspondían a los cuatro elementos: tierra (verdes),
agua (azules), aire (blancos) y fuego (rojos). Los
espectáculos del circo tenían extraordinaria
magnificencia. Los espectadores a veces llegaban a 50.000. Poco a
poco, las facciones del circo, designadas en la época
bizantina por el nombre de demós, se
transformaron en partidos políticos expresivos de
determinadas tendencias políticas, sociales o religiosas.
La voz de la muchedumbre del circo pasó a ser una especie
de opinión pública y de voz de la nación. "A
falta de una prensa —dice E. I. Uspenski—, el
hipódromo se convirtió en el único lugar
donde podía expresarse libremente la opinión
pública, la cual, en ciertos momentos, dictó
órdenes al gobierno". El emperador aparecía a veces
en el circo para dar a la multitud explicaciones de sus
actos.

En el siglo VI las facciones más influyentes eran
la de los azules (venetoi), partidarios de la ortodoxia
y a quienes, por lo tanto, también se llamaba calcedonios
(partidarios del concilio de Calcedonia); y la de los verdes
(prasinoi), que se atenían al monofisismo. Ya
bajo el reinado de Anastasio, había estallado una
insurrección en la capital y, tras terribles
depredaciones, el partido ortodoxo, aclamando un nuevo emperador,
se había precipitado en el hipódromo, donde
compareció Anastasio aterrado, sin diadema, y
ordenó al heraldo declarar al pueblo que estaba dispuesto
a deponer el poder. Viendo la multitud al emperador en tan
deplorable estado, calmóse y la insurrección
concluyó.

Tal episodio es característico del influjo
ejercido por el hipódromo y la muchedumbre de la capital
sobre el gobierno y el emperador. Anastasio, corno monofisita,
había tendido a favorecer a los verdes. Con Justino y
Justiniano se impuso la ortodoxia, y con ella los azules. No
obstante, Teodora era favorable a los verdes. De modo que en el
mismo trono imperial encontraban defensores las facciones
diversas. Numerosas y diversas causas provocaron la terrible
insurrección del 532 en la capital. La oposición
dirigida contra Justiniano era triple: dinástica,
política y religiosa. Los parientes de Anastasio
vivían aun y se consideraban defraudados por la
exaltación al trono de Justino primero y Justiniano
después, y se apoyaban en el partido de los verdes,
favorables al monofisismo. Se propusieron, pues, derribar a
Justiniano. La oposición política nacía de
la irritación general contra la administración
superior, y sobre todo contra el famoso jurista Triboniano, de
quien hablamos antes, y contra el

prefecto del pretorio, Juan de Capadocia, quien
había provocado honda indignación en el pueblo con
sus abusos, ilegalidades, exacciones y crueldad. Finalmente la
oposición religiosa nacía de los monofisitas, que
habían sufrido graves vejaciones bajo Justino y
Justiniano. Este conjunto de causas motivó una
insurrección popular en la capital. Es interesante notar
que azules y verdes, olvidando sus querellas religiosas por esta
vez, se unieron contra el detestado gobierno. Las negociaciones
que a través de un heraldo mantuvo el emperador con el
pueblo reunido en el hipódromo, no condujeron a resultado
alguno38. La revuelta se propagó muy de prisa por la
ciudad. El grito de los sublevados, Nika, o "Victoria",
ha dado nombre a esta rebelión, designada en la historia
como sedición Nika. Los edificios más
bellos, los monumentos artísticos más admirables
fueron incendiados y saqueados.

La basílica de Santa Sofía ardió
también. En su solar debía elevarse más
tarde la famosa catedral de Santa Sofía. La promesa del
emperador de destituir a Triboniano y a Juan de Capadocia, su
arenga personal a las turbas, en el hipódromo, no
surtieron efecto alguno. Un sobrino de Anastasio fue proclamado
emperador. Justiniano y sus consejeros, refugiados en palacio,
pensaban ya en huir de la capital, pero en aquel momento
crítico acudió Teodora en socorro de su marido.
Procopio reproduce su discurso, en el que ella, entre otras,
expresa las siguientes ideas: "Es imposible al hombre, una vez
venido al mundo, evitar la muerte; pero huir cuando se es
emperador es intolerable. Si quieres huir, césar, bien
está. Tienes dinero, los barcos están dispuestos y
la mar abierta… Pero reflexiona y teme, después de la
fuga, preferir la muerte a la salvación. Yo me atengo a la
antigua máxima de que la púrpura es una buena
mortaja"39. Entonces se dio a Belisario la tarea de reprimir la
insurrección, que duraba ya seis días. Belisario
logró rechazar al pueblo sublevado hasta el
hipódromo, cercándolo allí y dando muerte a
treinta o cuarenta mil rebeldes.Aplastada la revuelta, Justiniano
volvía a sentarse en un trono sólido. Los parientes
de Anastasio fueron ejecutados. Una de las características
de la política interior de Justiniano es la lucha
obstinada —y no explicada del todo— que mantuvo
contra los grandes terratenientes. Conocemos

esa lucha por las Novelas, por los papiros y por la
Historia secreta de Procopio, quien, aun cuando se
instituye en defensor de la nobleza y recoge en su obra
acusaciones absurdas contra Justiniano, aquel advenedizo al trono
imperial, no por eso deja de darnos una pintura muy interesantes
de los conflictos sociales del siglo VI. El gobierno
advertía que sus rivales mas peligrosos eran los grandes
terratenientes, que administraba sus dominios sin cuidarse para
nada del poder central. En una de sus Novelas, Justiniano deplora
la situación alarmante de las propiedades rurales,
pertenecientes al Estado o a particulares, en las provincias,
bajo el poder arbitrario de los magnates locales, y escribe al
procónsul de Capadocia estas significativas líneas:
"Hemos sido informados de abusos tan extraordinariamente graves
cometidos en las provincias, que su represión
difícilmente puede ser tentada por una sola persona
revestida de gran autoridad. Incluso nos avergüenza decir la
inconveniencia con que los intendentes de los señores se
pasean rodeados de guardias personales, la cantidad de gentes que
los acompañan y la impudicia con que todo lo
roban".

Luego de decir algunas palabras sobre el estado de la
propiedad, añade que "la propiedad del Estado se ha
transformado casi por completo en propiedad privada, porque ha
sido arrebatada y entregada al pillaje, incluso todos los
tropeles de caballos, y ni un solo hombre ha elevado la voz para
protestar, porque todas las bocas estaban cosidas con oro".
Resulta de estas declaraciones que los señores de
Capadocia gozaban de plenos poderes en sus provincias, que
poseían tropas propias, hombres de armas y escoltas, y que
se apoderaban tanto de las propiedades de los particulares como
de las públicas. También es interesante notar que
esta Novela se publicó cuatro años después
de la sedición Nika. Se encuentran en los papiros
indicaciones análogas sobre el Egipto de la época
de Justiniano. Uno de los miembros de la famosa familia
aristocrática de los Apiones poseía en el siglo VI
vastas propiedades rurales en todo Egipto. Poblados enteros
pertenecían a sus posesiones. Su organización
doméstica era casi real. Tenía secretarios,
intendentes, ejércitos de trabajadores, consejeros,
recaudadores de impuestos, un tesorero, una policía y
hasta un servicio postal. Estos grandes señores empleaban
prisiones propias y mantenían tropas
personales.

Las iglesias y monasterios poseían también
extensos territorios. Justiniano entabló una lucha
implacable contra aquellos grandes propietarios rurales. Por
medios diversos, como intromisión en las herencias;
donaciones forzadas (y hasta falsificadas a veces) al emperador;
confiscación merced a falsos testimonios; procesos
religiosos tendientes a privar a la Iglesia de sus bienes
territoriales, Justiniano se esforzó, consciente y
metódicamente, en destruir la propiedad territorial de
grandes vuelos. Se ejecutaron numerosas confiscaciones, sobre
todo después de la tentativa revolucionaria del 532. Pero
Justiniano no logró aplastar por completo a la alta
aristocracia terrateniente, que siguió siendo uno de los
elementos más peligrosos de la ida del Imperio en las
siguientes épocas.Justiniano advirtió los vicios de
la administración, es decir, su venalidad, sus robos y sus
exacciones, que entrañaban general empobrecimiento y ruina
y daban inevitablemente nacimiento a desórdenes interiores
en el Imperio. Comprendía que tal estado de cosas
tenía efectos desastrosos sobre la seguridad social, la
economía y la agricultura. Comprendió
también que el desorden financiero implicaba una
confusión general en la vida del Imperio y deseó
vivamente poner remedio a tal situación. Estimaba deber
del emperador establecer reformas nuevas y profundas, y
concebía la misión reformadora del soberano como
una obligación inherente a su estado y un acto de gratitud
hacia Dios, que le había colmado de beneficios.

Pero, representante convencido del absolutismo
imperial, Justiniano veía en la
centralización administrativa y el empleo de una
burocracia perfeccionada y estrictamente obediente, el solo medio
de mejorar la situación del Imperio. Primero
dirigió la atención al estado financiero del
país, que inspiraba, con motivo, serios temores. Las
empresas militares exigían enormes gastos y los impuestos
se recaudaban más difícilmente cada vez. Ello
inquietaba mucho al emperador, quien en una de sus Novelas
escribió que, dados sus grandes gastos militares, sus
súbditos debían apagar las tasas del Estado de buen
grado e íntegramente". Así, de una parte se
hacía campeón de la inviolabilidad de los derechos
del fisco y de otra se proclamaba defensor del contribuyente
contra las extorsiones de los funcionarios. Dos grandes Novelas
del año 535 son características de la actividad
reformadora de Justiniano, porque exponen los principios
esenciales de su reforma administrativa y determinan con
precisión las nuevas obligaciones de los funcionarios. Una
de ellas prescribe a los gobernadores "tratar como padres a todos
los ciudadanos leales, proteger a los súbditos contra la
opresión, rehusar todo regalo, ser justos en los juicios y
decisiones administrativas, perseguir al crimen, proteger al
inocente, castigar al

culpable, de acuerdo con la ley, y, en general, tratar a
los súbditos como un padre trataría a sus hijos".
Pero, a la vez, los funcionarios, "guardando sus manos puras (es
decir, rehusando dádivas) en toda circunstancia",
debían velar atentamente por las rentas del Imperio,
"aumentando los tesoros del Estado y poniendo todo su cuidado en
defender los intereses de aquél". La Novela declara que,
dada la conquista de África y la sumisión de los
vándalos, así como las vastas empresas proyectadas,
"es absolutamente necesario que los impuestos sean pagados
íntegramente y de buena voluntad en los términos
fijados. Así, si queréis dar buena acogida a los
gobernadores y si les ayudáis a recaudar los impuestos
pronta y fácilmente, Nos loaremos a los funcionarios por
su celo y a vosotros por vuestra prudencia y una buena y
tranquila armonía reinará por doquier entre
gobernantes y gobernados". Los funcionarios debían prestar
juramento solemne de cumplir con honradez sus funciones y a la
vez se les hacía responsables del cobro íntegro de
los impuestos en las provincias que se les confiaban.

Los obispos debían inspeccionar la conducta de
los funcionarios. Los culpables de alguna falta incurrían
en castigos severos, mientras los que cumplían su cargo
con honradez podían obtener mejoras. Así, los
deberes de funcionarios y contribuyentes aparecen muy netos en el
ánimo de Justiniano: los primeros deben ser gente honrada;
los segundos deben pagar sus impuestos de buen grado, con
regularidad e íntegramente. En sus decretos posteriores el
emperador se refiere a menudo a esos principios fundamentales de
su reforma administrativa. Todas las provincias del Imperio no
fueron gobernadas de la misma manera. Algunas, sobre todo las
fronterizas, pobladas por indígenas descontentos,
exigían una administración más firme que
otras. Ya vimos antes que las reformas de Diocleciano y de
Constantino acrecieron desmesuradamente las divisiones
provinciales y crearon un 133 enorme cuerpo de funcionarios,
produciendo a la par una separación estricta de las
jurisdicción militar y civil.

Con Justiniano hallamos varios ejemplos de ruptura de
ese sistema y de regreso al anterior a Diocleciano. Justiniano,
sobre todo en Oriente, reunió varias pequeñas
provincias, haciendo que formasen una unidad más
considerable, y en determinadas provincias del Asía Menor,
donde solían sobrevenir conflictos y disputas entre las
autoridades civiles y militares, reunió las funciones
militares y civiles en manos de una sola persona, con
título de pretor. El emperador prestó particular
atención a Egipto, y en especial a Alejandría, que
suministraba grano a Constantinopla. Según una Novela, la
organización del tráfico de grano en Egipto y de su
transporte a Roma, era terriblemente defectuosa. Para reorganizar
aquel servicio, importante en grado sumo a la vida del Imperio,
Justiniano dio al funcionario civil denominado
augustalis ("vir spectabilis augustalis") poderes
militares sobre las dos provincias egipcias, así como
sobre Alejandría, ciudad muy populosa y agitada. Pero
tales tentativas de reagrupamiento de territorios y poderes no
tuvieron en Justiniano un carácter sistemático.
Aunque poniendo en práctica en las provincias orientales
la idea de la fusión de poderes, Justiniano hizo subsistir
en Occidente la antigua separación de los poderes militar
y civil, sobre todo en las recién conquistadas prefecturas
de África del Norte e Italia.

Esperaba el emperador que con numerosos y apresurados
edictos corregiría todos los defectos de la
administración y, según sus propios
términos, "daría al Imperio, con sus
espléndidas empresas, una nueva flor". La realidad no
respondió a sus esperanzas, porque todos sus decretos no
podían cambiar a las personas. Las posteriores Novelas
prueban claramente que continuaban las rebeliones, extorsiones y
pillajes. Era menester renovar sin cesar los decretos imperiales,
recordando su existencia a la población. A veces, en
ciertas provincias, hubo de proclamarse la ley marcial. Falto de
dinero y agobiado por necesidades urgentes, el propio Justiniano
tuvo que recurrir en ocasiones a las mismas medidas que
prohibía en sus edictos. Vendió cargos por gruesas
sumas y, a pesar de sus promesas, creó nuevos impuestos,
aunque sus Novelas muestran con claridad que le constaba la
imposibilidad de la población de atender a sus cargos
fiscales. Presionado por dificultades financieras recurrió
a la alteración de la moneda y emitió moneda
depreciada, pero la actitud del pueblo se volvió tan
amenazadora, que hubo, casi inmediatamente, de revocar el edicto
que lo disponía (Malalas).

Todos los medios posibles e imaginables fueron puestos
en obra para llenar las cajas del Estado, el fisco, "que ocupa el
lugar del estómago, el cual nutre todas las partes del
cuerpo", según frase de Corippo, poeta del siglo VI. La
severidad con que hacía percibir los impuestos
alcanzó extremo rigor y produjo un efecto desastroso sobre
la población, ya extenuada. Un contemporáneo dice
que a una invasión extranjera hubiese parecido menos
temible a los contribuyentes que la llegada de los funcionarios
del fisco", Las poblaciones pequeñas se empobrecieron y
quedaron desiertas, porque sus habitantes huían para
escapar a la opresión del gobierno.

La producción del país descendió
casi a nada. estallarón revueltas. Comprendiendo que el
Imperio estaba arruinado y que sólo la economía
podía salvarlo, Justiniano aplicóse a ello, pero en
la esfera donde más peligroso debía resultar.
Redujo los efectivos del ejército y con frecuencia
atrasó el pago de los soldados. Mas el ejército,
compuesto sobre todo de mercenarios, se levantó a menudo
contra semejante práctica y se vengó en las
indefensas poblaciones. La reducción del ejército
tuvo otras consecuencias graves, pues dejó al descubierto
las fronteras y los bárbaros pudieron penetrar impunemente
en territorio bizantino y entregarse al pillaje. Las fortalezas
construidas por Justiniano no se mantuvieron con la debida
guarnición. Incapaz de oponerse a los bárbaros por
la fuerza, Justiniano hubo de comprarlos, y ello arrastró
a nuevas expensas. Con frase de Diehl, se creó un
círculo vicioso.

La falta de dinero había engendrado la
disminución del ejército, y la insuficiencia de
soldados exigió más dinero para pagar a los
enemigos que amenazaban a Bizancio. Si a esto se añaden
las frecuentes carestías, las epidemias, los temblores de
tierra, cosas todas que arruinaban a la población y
aumentaban el presupuesto del gobierno, se puede imaginar el
desolador panorama que presentaba el Imperio al final del reinado
de Justiniano. De tal panorama hállase un eco en la
primera Novela de Justino II, la cual habla "del tesoro
público gravado de abundantes deudas y reducido a extrema
pobreza", y de "un ejército que carecía ya tanto de
todo lo necesario, que el Imperio era frecuente y
fácilmente atacado y devastado por los bárbaros".
Los esfuerzos de Justiniano en la esfera de las reformas
administrativas fracasaron completamente. En lo financiero el
Imperio se hallaba a dos pasos de la ruina. Aquí no
debemos perder de vista el estrecho lazo que unía la
política interna con la externa del emperador. Sus vastas
empresas militares en Occidente, con los inmensos gastos que
exigían, arruinaron el Oriente y dejaron a los sucesores
de Justiniano una herencia pesada y difícil. Las primeras
Novelas prueban con claridad que Justiniano deseaba poner orden
en la vida del Imperio y elevar el nivel moral de los
órganos del gobierno, pero tan nobles intenciones no
pudieron cambiarse en realidades vivas porque tropezaron con los
planes militares del emperador, planes que le dictaba el concepto
que

Tenía de sus deberes como heredero de los
césares romanos.

Literatura.
Instrucción y
arte en la época de
Justiniano

La época comprendida entre 518 y 610 lleva la
huella de la múltiple actividad de Justiniano, que
pasmó a sus contemporáneos mismos. En los diversos
campos de la literatura y la instrucción, tal actividad
legó a la posteridad una herencia muy rica. El propio
Justiniano escribió obras de tipo dogmático o
himnológico. Uno de sus sucesores, Mauricio, mostró
también un vivo gusto por las letras, avoreció y
alentó la literatura y tenía la costumbre de pasar
las veladas discutiendo o meditando cuestiones poéticas e
históricas. Aquel período tuvo varios
historiadores, a quienes las empresas de Justiniano proveyeron de
ricos materiales para sus narraciones. El historiador principal
del período Justiniano fue Procopio de Cesárea,
quien en sus escritos nos da un cuadro muy completo de un
complejo reinado rico en sucesos. Tras estudiar Derecho, Procopio
pasó a ser secretario y consejero del famoso Belisario,
con quien participó en las. campañas contra
vándalos, godos y persas. Procopio es notable a la vez
como historiador y como escritor. Como historiador se hallaba en
situación muy favorable respecto a fuentes e informaciones
directas. Su intimidad con Belisario le permitía consultar
todos los documentos oficiales conservados en despachos y
archivos, y, por otra parte, su intervención activa en las
campañas militares y el perfecto conocimiento que
tenía del país, le dieron ocasión de obtener
una documentación del más alto precio, merced a sus
observaciones personales y a los testimonios que recogió
de boca de sus contemporáneos.

En estilo y composición, Procopio imita a menudo
a los historiadores clásicos, sobre todo a Herodoto y
Tucídides. Pero, aunque su lenguaje dependa del antiguo
griego de los clásicos historiadores y aun cuando la
exposición resulte un tanto artificial, Procopio nos
presenta un estilo lúcido, vigoroso, lleno de
imágenes. Tres obras se deben a la pluma de Procopio. La
más considerable es la Historia en ocho libros,
que relata las guerras de Justiniano contra persas,
vándalos y godos. El autor muestra en esta obra otros
numerosos aspectos del gobierno de Justiniano. Aunque el
espíritu general de la obra sea algo laudatorio respecto
al emperador, no obstante ofrece repetidas veces la
expresión de la amarga verdad. La Historia puede
considerarse una historia general de la época de
Justiniano.

La segunda obra de Procopio, Sobre las
construcciones
es un panegírico ininterrumpido del
emperador y fue probablemente escrita por orden de este. El fin
principal del libro es dar una lista y descripción de la
multitud de edificios erigidos por Justiniano en las diversas
partes de su vasto Imperio. Prescindiendo de las exageraciones
retóricas y las alabanzas excesivas, la obra contiene una
rica documentación geográfica, topográfica y
financiera y es una fuente valiosa para la historia
económica y social del Imperio.

La tercera obra de Procopio, sus
Anécdotas o Historia secreta, difiere en
absoluto de las otras dos, y constituye un libelo grosero contra
el gobierno despótico de Justiniano y de Teodora, su
mujer. El autor se propone difamar al emperador, a Teodora, a
Belisario y a la esposa de éste, y Justiniano aparece como
autor de todos los males que afligieron al Imperio en aquel
período.

Esta obra presenta tan impresionantes contradicciones
con las otras dos, que los críticos empezaron dudando de
la autenticidad de la Historia secreta, pues
parecía imposible que los tres libros hubiesen sido
compuestos por una misma persona. Sólo tras un estudio
profundo y comparativo de la Historia secreta y de otras
fuentes sobre la época de Justiniano se ha admitido en
definitiva que la obra es un escrito auténtico de
Procopio. Bien utilizada, la Historia secreta es una
fuente importante para la historia interior del Imperio bizantino
en el siglo VI. De modo que todos los trabajos de Procopio, a
pesar de sus exageraciones sobre las cualidades o vicios de
Justiniano, son documentos contemporáneos de la mayor
importancia y nos permiten conocer de manera directa e
íntima la historia de ese período. Pero esto no es
todo. La historia y la antigüedad eslavas hallan en Procopio
informes de valor inapreciable sobre la vida y creencias de los
eslavos, así como los pueblos germánicos pueden
espigar en las obras de ese autor numerosos hechos tocantes a su
historia primitiva. Un contemporáneo de Justiniano y
Procopio, Pedro el Patricio, hombre de leyes y diplomático
brillante, fue enviado varias veces como embajador al Imperio
persa y a la corte ostrogótica donde estuvo prisionero
algunos años. Sus escritos comprenden historias, o bien
una historia del Imperio romano donde se relatan, según
los extensos fragmentos que nos han llegado, los hechos
comprendidos entre el segundo triunvirato y la época de
Juliano el Apóstata; y además un tratado que se
intitula Sobre la Constitución del Estado
("Katastasis" o "Libro de las Ceremonias"), parte del cual
aparece incluida en la famosa obra denominada Libro de las
Ceremonias de la Corte
, escrita en la época de
Constantino Porfirogénito (siglo X). Desde Procopio hasta
principios del siglo VII se halla una serie continua de escritos
históricos, donde cada autor prosigue la obra de sus
predecesores. Procopio fue directamente continuado por
Agatías, instruido jurista del Asia Menor, quien, aparte
breves poemas y epigramas, dejó un escrito algo
artificial: Sobre el reinado de Justiniano; que abraza
el período de 552 a 558. Menandro el Protector,
continuador e imitador de Agatías, escribió una en
la época de Mauricio, relatando los sucesos del lapso
558-582 y deteniéndose en la exaltación de Mauricio
al trono. De esta obra sólo nos han llegado fragmentos,
pero bastantes para permitirnos apreciar su importancia como
fuente, sobre todo desde el punto de vista geográfico y
etnográfico.

Tales fragmentos indican que Menandro fue mejor
historiador que Agatías. La obra de Menandro fue
continuada por Teorilacto Simocatta, egipcio que vivió
bajo Heraclio y que fue secretario imperial. Escribió una
obra pequeña sobre historia natural, algunas
epístolas y una historia del período de Mauricio
(582-602). El estilo de Teofilacto está sobrecargado de
alegorías y expresiones artificiales en mucha más
medida que el lenguaje de sus inmediatos predecesores. "Respecto
a Procopio y Agatías —dice Krumbacher— se
encuentra en una rápida cultura ascendente. El historiador
de Belisario, a pesar de su estilo ampuloso, es aun sencillo y
natural. Más rico en expresiones floridas y lenguaje
poético es el vate Agatías; pero ambos escritores
parecen en absoluto desprovistos de afectación si se les
compara con Teofilacto, quien sorprende al lector a cada paso con
nuevos rasgos inesperados, imágenes sacadas por los
cabellos, alegorías, aforismos y sutilezas
mitológicas y otras". Pese a esos defectos, la obra de
Teofilacto es una fuente de primer orden, excelente para la
época de Mauricio. También contiene preciosos
informes sobre Persia y los

eslavos en la península de los Balcanes a fines
del siglo VI. Nonnosus, embajador enviado por Justiniano a los
abisinios y a los sarracenos, escribió una
narración de su remoto viaje. No nos ha llegado de ella
sino un fragmento que se halla en la obra del patriarca Focio,
más ese solo fragmento da excelentes indicaciones sobre la
naturaleza y etnografía de los países visitados por
el autor. Igualmente debemos a Focio el habernos conservado un
fragmento de la historia de Teófanes de Bizancio, quien
escribió a fines del siglo VI y probablemente
incluyó en su obra el período comprendido entre el
reinado de Justiniano y los primeros años del de
Mauricio.

Ese fragmento es importante por contener un testimonio
sobre la introducción de la sericicultura52 en el Imperio
bizantino. También ofrece igualmente una de las primeras
alusiones que se hacen a los turcos. Una fuente particularmente
importante para la historia eclesiástica de los siglos V y
VI es la obra de Evagrio de Siria, que murió a finales del
siglo VI. Su Historia eclesiástica en seis
libros, continúa las historias de Sócrates,
Sozomeno y Teodoreto y contiene un relato de los hechos
comprendidos entre el Concilio de Éfeso, en 431, y el
año 593. A más de sus informes de orden
eclesiástico, ofrece también interesantes
indicaciones sobre la historia general del período. A Juan
el Lidio, que se distinguió por sus brillantes estudios,
le propuso Justiniano escribir un panegírico en su honor.
Dejó, Juan, entre otras obras, la titulada De los
magistrados del Estado romano
la cual no ha sido
suficientemente estudiada en su justo valor. Contiene numerosos
informes interesantes sobre la organización interior del
Imperio y puede considerársela como un precioso
complemento de la Historia secreta de Procopio. Ya
hablamos de la múltiple importancia de la
Topografía cristiana de Cosmas Indicopieustes,
cuya amplitud geográfica correspondía tan bien a
los vastos planes de Justiniano. Debemos incluir también
entre las obras geográficas un estudio estadístico
sobre el Imperio romano de Oriente en la época de
Justiniano.

Ese estudio se debe a la pluma del gramático
Hierocles y se titula Vademécum ("Synecdemus").
El autor no tiene por objeto principal la geografía
eclesiástica del Imperio, sino su geografía
política, donde incluye las 64 provincias y 912 ciudades
comprendidas dentro de los límites bizantinos. No cabe
decir con certeza si tal trabajo se debió a iniciativa de
Hierocles o a los trabajos de una comisión nombrada por el
gobierno. En todo caso, el seco estudio de Hierocles es para
nosotros una excelente fuente que nos permite determinar la
situación política del Imperio a principios del
reinado de Justiniano. Como veremos después, Hierocles es,
en lo geográfico, la fuente principal de Constantino
Porfirogénío. Además de estos historiadores
y geógrafos, el siglo VI tuvo también cronistas. No
obstante, la época de Justiniano está estrechamente
vinculada a la literatura clásica y el tipo de
áridas crónicas universales que había de
desarrollarse ampliamente en el período bizantino
posterior no aparece sino como rara excepción en la
época que estudiamos ahora.

Hay un escritor que ocupa puesto intermedio entre
historiadores y cronistas: Hesiquio de Mileto, quien,
según toda verosimilitud, vivió durante el reinado
de Justiniano. Sólo conocemos su obra por los fragmentos
conservados en los escritos de Focio y Suidas, lexicógrafo
del siglo X. De esos fragmentos cabe concluir que Hesiquio
escribió una historia universal en forma de
crónica, comprendiendo los hechos sucedidos desde la
época de la antigua Asiria a la muerte de Anastasio (518).
De esta obra subsiste un amplio fragmento que trata de la
historia primitiva de la ciudad de Bizancio incluso antes del
tiempo de Constantino el Grande. Hesiquio escribió
asimismo una historia de la época de Justino I y
principios del reinado de Justiniano. Esta obra difería
mucho, en estilo y concepción, de la primera y
contenía un relato detallado de los sucesos
contemporáneos al autor. La tercera obra de Hesiquio fue
un diccionario de todos los escritores griegos célebres en
todas las ramas del saber, con excepción de los
cristianos. Esto último ha llevado a ciertos eruditos a
suponer que Hesiquio debió de ser pagano. Pero de
ordinario no se acepta esta opinión. El verdadero cronista
del siglo VI fue el ignorante Juan Malalas, un sirio de
Antioquía, autor de una crónica del mundo donde
relata, según parece, a juzgar del único manuscrito
que nos ha llegado, los sucesos incluidos entre la época
legendaria de la historia de Egipto y el fin del reinado de
Justiniano. Pero la obra contenía probablemente
narraciones de una época posterior. Su fondo es muy
mezclado; las fábulas se entreveran con la realidad y
aparecen de pronto hechos importantes en medio de otros
accesorios. La crónica de Malalas, cristiana y
apologética en sus propósitos, deja ver con
claridad las tendencias monárquicas del autor. No estaba
destinada a selectos, sino más bien a las masas,
eclesiásticos o laicos, para quienes el autor
transcribió muchos diversos y pasmosos hechos.
Según Krumbacher, ese libro "es una obra histórica
popular en el sentido más completo de la
palabra".

El estilo del autor merece particular atención,
porque su obra es en realidad la

primera escrita en el griego comúnmente hablado
entonces, es. decir, en el dialecto griego vulgar, popular en
Oriente, que resultaba de una combinación de elementos
griegos y de expresiones latinoorientales. Merced a esas
particularidades, muy apropiadas a los gustos y mentalidad de las
masas, la crónica de Malalas ejerció enorme
influencia sobre la cronografía bizantina, oriental y
eslava. Los muy numerosos trozos escogidos y traducciones eslavas
de los escritos de Malalas son de gran valor para la
restauración del texto original de esta crónica. A
más de la multitud de obras en griego que aparecieron
entonces, la época de Justiniano (518-610) es
también notable por los escritos sirios de Juan de
Éfeso, que murió a fines del siglo VI
(probablemente el 586). Juan había nacido en la
Mesopotamia Superior y era monofisita convencido. Pasó
muchos años en Constantinopla y en el Asia Menor, donde
ocupó la sede episcopal de Éfeso. Conoció
personalmente a Justiniano y Teodora. Escribió las
Vidas de los Santos orientales, o Comentarios sobre
los bienaventurados en Oriente
("Commentarii de Beatibus
Orientalibus") y una Historia eclesiástica (en
sirio cuyo original abarcaba desde Julio césar al
año 585).

De esta última obra sólo nos ha llegado la
parte más importante y original, relativa a los sucesos
del período 521-585, respecto a los que es fuente
inapreciable. Aunque escrita desde el punto de vista monofisita,
la historia de Juan de Éfeso no revela tanto los
fundamentos dogmáticos de las disputas monofisitas como su
fondo nacional y espiritual. Según la expresión del
sabio historiador que se ha consagrado especialmente al estudio
de la obra de Juan, la Historia eclesiástica,
"proyecta mucha luz sobre las últimas fases de la lucha
entre el cristianismo y el paganismo, revelando los fundamentos
"culturales" de esa lucha". Es también "de gran
importancia para la historia política y espiritual del
Imperio bizantino en el siglo VI, especialmente para determinar
la expansión de las influencias orientales. En su relato,
el autor entra en todos los detalles y minucias de la vida, dando
así una abundante documentación que permite un
conocimiento íntimo de las costumbres y arqueología
del período"54.

Las disputas monofisitas, proseguidas durante todo el
siglo VI, motivaron gran actividad literaria en el dominio de la
dogmática y la polémica. El propio Justiniano no
dejó de participar en aquellas discusiones escritas. Las
obras de los monofisitas no nos han llegado en su original
griego. Sólo podemos formar juicio sobre ellas merced a
las citas que hacen las obras del campo opuesto o a las
traducciones sirias o árabes conservadas hasta hoy. Entre
los escritores partidarios de la ortodoxia debemos mencionar a un
contemporáneo de Justino y Justiniano: Leoncio de
Bizancio, quien dejó varias obras dirigidas contra los
monofisitas, los nestorianos y otros. Sólo poseemos
escasos informes sobre la vida de este dogmatista y polemista,(1)
quien testimonia un fenómeno interesante de la
época de Justiniano: a saber, que la influencia de
Platón sobre los Padres de la Iglesia empezaba a ceder ya
el lugar a la de Aristóteles. El desarrollo de la vida
monástica y eremítica en Oriente, en el siglo V: ha
dejado huellas en las obras ascéticas, místicas y
hagiográficas. Juan Clímaco vivió solitario
en el Sinaí varios años y escribió la obra
conocida por el nombre de Climax o Escala espiritual
("Scala Paradisi")55, compuesta de treinta capítulos o
escalones, y en los cuales el autor describe logrados de la
ascensión del espíritu hacia la perfección
moral. Esta obra se convirtió en lectura favorita de los
monjes bizantinos, sirviéndoles de guía en su busca
de la perfección ascética y espiritual. Pero la
difusión del libro no se limitó a Oriente, ya que
tuvo muchas traducciones en sirio, griego moderno, latín,
español, francés y eslavo.

Algunos de los manuscritos de esta obra contienen
abundantes e interesantes miniaturas reproduciendo escenas de la
vida religiosa y monástica56. A la cabeza de todos los
escritores hagiográficos del siglo VI debemos situar al
palestino Cirilo de Escítópolis, quien pasó
los últimos años de su vida en el famoso convento
palestiniano de San Sabas. Cirilo se proponía escribir una
vasta colección de Vidas de monjes, pero no
logró llevar a buen fin lo proyectado, probablemente a
causa de su muerte prematura. Nos han llegado varias de sus
obras, entre ellas las vidas de Eutimio y de San Sabas.
así como varias vidas de santos de menor importancia. Lo
cuidado del relato, la precisión con que el autor entiende
la vida ascética, la sencillez del estilo, hacen de todas
las obras de Cirilo que conocemos preciosas fuentes para el
estudio de la historia de Alto Imperio bizantino. Juan Moco,
palestino también, vivió a fines del siglo VI y
principios del VII. Publicó en griego su famoso Prado
espiritual
("Pratum spirituale"), resultado de las
observaciones que hiciera en sus numerosas visitas a los
monasterios de Palestina, Egipto, Monte Sinaí, Siria, Asia
Menor e islas del Egeo y Mediterráneo.

En su obra, a más de las impresiones del autor
sobre sus viajes, se hallan informes diversos acerca de monjes y
monasterios. En ciertos sentidos, el texto del Pratum
spirituale
es de gran interés para la historia de la
civilización. Llegó a convertirse en una de las
obras favoritas, no sólo del Imperio bizantino, sino de
otros países, especialmente la antigua Rusia. La
literatura poética de este período tuvo varios
representantes. Ya indicamos como cierto que Romanos el
Méloda, famoso por sus cantos
eclesiásticos, estuvo en el apogeo de su carrera y
fecundidad en la época de Justiniano. En el mismo
período, Paulo el Silenciario compuso sus dos
descripciones poéticas (en versos griegos) de Santa
Sofía y su magnífico púlpito
("ambo"). Estas obras son de gran interés para la
historia del arte. Se hallan comentarios elogiosos sobre la
descripción de Santa Sofía en la obra de un
contemporáneo: Agatías, de quien hablamos ya.
Finalmente, Corippo, oriundo del África del Norte, pero
establecido en Constantinopla, escribió dos obras en
versos latinos, a pesar de sus limitadas dotes poéticas.
La primera obra, escrita en alabanza y honor del general
bizantino Juan Troglita, que reprimió la revuelta de los
indígenas africanos contra el Imperio, contiene un
conjunto de inapreciables datos sobre la geografía y
etnografía de África septentrional, así como
sobre la guerra con los bereberes. En lo que concierne a esta
guerra, los datos de Corippo son a veces más seguros que
los de Procopio. La segunda obra de Corippo, el
Panegírico o Elogio de Justino ("In
lauden Justini"), describe en estilo ampuloso la
exaltación de Justino II el Joven y los primeros hechos de
su reinado y, aunque es muy inferior al primer poema, contiene
muchos detalles interesantes acerca del ceremonial de la corte
bizantina en el siglo VI.

Partes: 1, 2, 3
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